La 78.ª Asamblea Mundial de la Salud y el futuro de la salud mundial: ¿puede la cooperación mundial en materia de salud superar las crisis convergentes?
La OMS se reúne en medio de crecientes emergencias, recortes de fondos y tensiones geopolíticas, lo que significa que la Asamblea Mundial de la Salud de este año se enfrenta a una prueba clave: ¿podrá la cooperación sanitaria mundial superar las crisis convergentes?
Por el equipo de Observadores del MSP que sigue de cerca a la OMS
La 78.ª Asamblea Mundial de la Salud (AMS78) se celebra en medio de profundas y entrecruzadas crisis mundiales: desde el colapso climático y la profundización de las desigualdades hasta la austeridad y el resurgimiento del autoritarismo. La destrucción del medio ambiente amenaza vidas, se erosionan las protecciones sociales y los líderes de extrema derecha atacan los derechos en favor de los beneficios económicos. La violencia armada y genocida se desata en África y Asia occidental, mientras que la militarización se extiende por Europa bajo el pretexto de la «seguridad».
Estas condiciones no son inevitables: son el resultado de décadas de decisiones políticas y políticas económicas que priorizan la acumulación de capital por encima de la atención y la igualdad. La austeridad, la privatización y la desregulación han erosionado los cimientos de la salud y la justicia. También han vaciado de contenido las instituciones destinadas a salvaguardar la salud pública mundial, incluida la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La Asamblea de este año se celebra en una encrucijada crucial: ¿seguirá la salud mundial al servicio de los intereses de los poderosos, o se podrá recuperar la OMS como una institución verdaderamente democrática que se centre en la justicia, los derechos y la solidaridad? La elección aún está abierta, pero no por mucho tiempo. La 78.ª Asamblea Mundial de la Salud debe estar a la altura de este desafío histórico. La sociedad civil, los Estados miembros y las comunidades deben exigir un camino más audaz hacia el futuro.
Financiación de la OMS: ¿quién paga, quién decide?
En el centro de la crisis que atraviesa la OMS se encuentra la cuestión de la financiación. Creada para defender el derecho fundamental a la salud, la OMS fue concebida como un bien público mundial, una institución gobernada por sus Estados miembros y responsable ante los ciudadanos. La salud, tal y como se define en la Constitución de la OMS, es «un estado de completo bienestar físico, mental y social», y no solo la ausencia de enfermedades. Sin embargo, en un mundo marcado por las crisis climáticas, las pandemias y los riesgos globalizados, se pide a la OMS que haga más con menos.
La inestabilidad financiera de la organización se ha ido gestando durante años. Desde la década de 1990, la proporción de contribuciones voluntarias y asignadas a fines específicos procedentes de actores privados y países concretos ha aumentado de forma constante. Esto ha socavado la independencia de la OMS y la ha convertido en un organismo fragmentado y dependiente de los donantes. La salida de Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump dejó un enorme agujero en el presupuesto de la OMS. Sin embargo, el coste total para cubrir este déficit es sorprendentemente bajo: solo 3 millones de dólares por país. El hecho de que esto aún no se haya hecho refleja una crisis política.
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Durante años, la petición del director general de la OMS a los Estados miembros sobre la financiación restrictiva con fines específicos ha seguido un guion conocido. Este año, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus adoptó una postura más dura, contrastando el modesto presupuesto de la organización con las asombrosas sumas que se gastan en guerras y muertes, al pedir 2100 millones de dólares al año para financiar sus programas básicos que salvan vidas. «2100 millones de dólares es lo que el mundo gasta en ejércitos cada ocho horas», dijo ante la Asamblea. «De alguna manera, la humanidad ha perdido de vista lo que realmente importa».
Si los países se comprometieran a financiar íntegramente a la OMS mediante contribuciones obligatorias no asignadas, podrían recuperar el control frente a los intereses corporativos y filantrópicos y restablecer la capacidad de la organización para abordar los determinantes estructurales de la salud. Como advirtió el presidente de la AMS, el Dr. Teodoro Javier Herbosa: «El coste de la inacción se cuenta en vidas». La AMS78 no debe rehuir esta verdad. Sin medidas audaces en materia de financiación, es imposible llevar a cabo reformas significativas de la OMS.
Las emergencias y la trampa tecnocrática
Una de las funciones fundamentales e históricas de la OMS es actuar como órgano ejecutivo y rector durante las emergencias sanitarias. Tras la devastación causada por la crisis de la COVID-19, la 78.ª Asamblea Mundial de la Salud está debatiendo el marco de prevención, preparación, respuesta y resiliencia ante emergencias sanitarias (HEPR). Este marco orienta a los Estados miembros para que desarrollen la capacidad y la infraestructura necesarias para cumplir los acuerdos del Acuerdo sobre las pandemias y actuar con eficacia en caso de otras emergencias sanitarias. Hace hincapié en los avances en los sistemas de vigilancia, las contramedidas y la coordinación. El marco también se centra en soluciones tecnocráticas y biomédicas: no nombra ni aborda las causas profundas de las emergencias sanitarias.
La COVID-19 ha sido una catástrofe social y política. Los fallos en la distribución equitativa de las vacunas, el acaparamiento de recursos por parte de los países ricos y la exclusión de los países de bajos ingresos de la toma de decisiones han puesto de manifiesto la profunda injusticia que subyace en la gobernanza sanitaria mundial. Una preparación real significa algo más que disponer de laboratorios y reservas. Requiere abordar las causas profundas: la pobreza, la exclusión, la destrucción del medio ambiente y el legado colonial.
La salud mundial debe dejar de tratar los síntomas y empezar a curar los sistemas. La 78.ª Asamblea Mundial de la Salud debe tomar posición contra la mercantilización de la respuesta a las emergencias.
El genocidio en Gaza y la politización de la salud
Existe una trampa retórica en el discurso sobre la salud en Palestina, en el que los Estados miembros insinúan la politización de la Asamblea Mundial de la Salud. Sin embargo, la salud es y siempre ha sido intrínsecamente política. En Gaza, el sistema sanitario está siendo destruido deliberadamente. Más de 1400 trabajadores sanitarios han sido asesinados, se han bombardeado hospitales, se han atacado ambulancias y se ha denegado sistemáticamente el acceso humanitario. El resultado no es solo un desastre de salud pública, es una catástrofe humanitaria y un fracaso moral a escala mundial.
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La táctica retórica aplicada por algunos miembros de la OMS, que insisten en que la salud debe ser «neutral» o «técnica», sirve para silenciar las críticas y proteger el poder. La propia Comisión de Determinantes Sociales de la Salud de la OMS lo deja claro: el desplazamiento, el apartheid y la ocupación militar no son cuestiones abstractas, sino determinantes materiales que condicionan el acceso de las personas a la vivienda, la nutrición y la vida misma. Hablar de salud en Gaza sin nombrar las fuerzas que la destruyen es distorsionar el concepto de salud hasta hacerlo irreconocible.
La Asamblea y toda la comunidad sanitaria mundial deben pedir un alto el fuego inmediato y permanente, el fin de la ocupación y el reconocimiento del derecho del pueblo palestino a la autodeterminación.
IA y austeridad: soluciones falsas
El papel de la inteligencia artificial (IA) en los sistemas de salud también está ganando terreno en la 78.ª Asamblea Mundial de la Salud. La IA se está promoviendo como una forma de agilizar el diagnóstico, la vigilancia y la respuesta a emergencias. En una era de austeridad, la IA se está vendiendo no solo como un complemento a la atención humana, sino como un sustituto de la inversión pública y el desarrollo de la fuerza laboral.
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El software de IA no protege los datos personales y, a menudo, tiene un carácter extractivista. Profundizará las desigualdades existentes, afianzará el racismo y los prejuicios, y desviará la atención de los determinantes políticos de la salud. Además, la IA está cada vez más desarrollada y controlada por empresas tecnológicas privadas cuyos objetivos lucrativos no se ajustan a los objetivos de salud pública.
La OMS no debe permitir que la promesa de la innovación se convierta en una cortina de humo para la privatización y la automatización. En su lugar, la 78.ª Asamblea Mundial de la Salud debe comprometerse a una gobernanza transparente, responsable y basada en los derechos de las herramientas de salud digital, centrada en la propiedad pública y el control comunitario.
La Asamblea Mundial de la Salud que queremos y necesitamos
En esta coyuntura histórica, debemos ir más allá del lenguaje de la austeridad. Ahora es el momento de ser valientes, de decir la verdad al poder y de dar forma a la OMS que la gente quiere y necesita.
La OMS debe hacer frente a las raíces políticas de la desigualdad en materia de salud. Las personas necesitan una organización de salud que trabaje para redistribuir el poder y los recursos económicos con el fin de lograr la salud para todos, y que sitúe las soluciones impulsadas por la comunidad en el centro de su labor. Una organización que reconozca los efectos duraderos del colonialismo, el militarismo y la ocupación, y que alce la voz cuando pueblos enteros están siendo borrados del mapa, como está ocurriendo ahora en Palestina, la República Democrática del Congo y Sudán.
Los Estados miembros deben actuar con valentía y comprometerse a financiar de forma plena y sostenible a la OMS mediante contribuciones públicas, poniendo fin a la era de las políticas impulsadas por los donantes. También debemos resistirnos a la externalización de la salud pública a los gigantes tecnológicos privados.
Hacer realidad esta visión requerirá un liderazgo audaz por parte de los Estados miembros, una defensa firme por parte de la sociedad civil y un compromiso colectivo para reimaginar la salud mundial. Que la 78.ª Asamblea Mundial de la Salud sea un punto de inflexión. Que sea el momento en que recuperemos la gobernanza de la salud mundial para la mayoría, no para unos pocos.
Los miembros del equipo de WHO Watch son Pedro Villadri, Jan Wintgens, Mariana Lopes Simoes, Marta Caminiti, Michael Ssemakula, Juliette Mattijsen, Indrachapa Ruberu, Heba Wanis, Dua Ijaz, David Franco, Ben Verboom y Rahaf Bashir.
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